

El azar armó la primera jugada
Un Fiat 600 blanco sin asiento de acompañante, un walkman a pilas y un joven que aprendía a improvisar en la vida: así empieza este relato que cruza azar y destino. Entre mentiras piadosas, trabajos de ocasión y noches de baile, aparece Graciela, una rubia que cambió para siempre el rumbo de los días.
Esta es la historia de cómo un “sí” en la pista de un club universitario se transformó en más de tres décadas de amor, discusiones y complicidades. Una crónica íntima que demue
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Mis viejos no eran perfectos
Una historia íntima sobre el amor silencioso de dos padres que, sin discursos ni gestos grandilocuentes, enseñaron a su hijo que el verdadero cariño se encuentra en lo cotidiano: en una mirada, en un carraspeo, en la costumbre de buscar la mano del otro incluso en sueños.
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El pintor que no movía los muebles
Cada vacación, los hijos vuelven y los padres activan el ritual: mamá supervisa y papá pinta la casa. Lo curioso es que, para evitar descolgar y volver a colgar mal, papá pinta alrededor de los cuadros y muebles. Esto deja capas de color (anillos familiares) y manchones del pasado que solo se ven al moverlos. A pesar de los parches, la casa los abraza con amor y las marcas de su historia.
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Los abrazos no van al freezer
Las peleas domésticas, a menudo por trivialidades, son tragedias silenciosas que desgastan los vínculos. El verdadero desafío no es la disputa en sí, sino la incapacidad de pedir perdón. Este acto, que debería ser natural, se evade, dejando un vacío más doloroso que el enojo inicial. La vida, como un colectivo que no espera, nos recuerda que no debemos guardar los abrazos, sino darlos a tiempo para evitar la pérdida irreparable de los momentos compartidos.
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Papi, no te escucho...
Una historia de amor contada en gestos y silencios. Un juego íntimo que sobrevivió al paso del tiempo, y que él siguió jugando incluso cuando ya no estaba ella para mirarlo.
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