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Mis viejos no eran perfectos

  • Foto del escritor: Raul oscar López
    Raul oscar López
  • 24 sept
  • 2 Min. de lectura
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Mis viejos no eran perfectos, pero parecían.

Se casaron cuando mamá tenía 15 y papá 22. Ella, una nena que todavía no sabía qué quería ser. Él, un soldado recién recibido, con las botas lustradas y un futuro que no sabía cómo se comía. Y juntos armaron algo que todavía me sacude.

No daban sermones.

Mamá, de vez en cuando, largaba alguna frase que parecía pavada, pero se te quedaba pegada como chicle en la suela.

Papá, en cambio, era un tipo de silencios. Te agarraba del hombro, te miraba fijo o te hacía ese carraspeo suyo, medio tierno, medio orden militar, y ya sabías todo lo que había que saber.

Lo increíble es que no se cansaban el uno del otro.

A las dos de la mañana, vos volvías medio aturdido de la calle y los escuchabas hablar bajito en la pieza, como dos adolescentes que todavía no terminan la charla.

O los veías reírse en una partida de loba, de generala, como si no existiera la rutina.

Siempre juntos.

Siempre al alcance de la mano del otro.

Mamá se enfermó joven.

Y ahí apareció papá en su mejor versión: sosteniéndola sin ruidos, sin quejarse, sin discursos heroicos.

Solo estando.

Como un árbol al lado de la ventana, que no hace nada pero lo hace todo.

El final fue tan lógico como injusto: mamá se fue durmiendo a su lado, como toda la vida.

Y papá se quedó, firme, hasta que sintió que nosotros ya estábamos armados como familia, o al menos hasta que pudo convencerse de que su tarea estaba cumplida.

Ahora descansan juntos.

Y quiero creer que, en ese lugar secreto, donde van las almas buenas, todavía es de madrugada y ellos siguen charlando en voz baja, se reparten los dados, se ríen de nada. Y cuando ya no queda nada más que decir, se buscan con la mano en la oscuridad… y se encuentran.

Por eso, cuando entro en silencio a la habitación y encuentro a Gra dormida, estiro la mano y busco la suya. Porque aprendí de ellos que el amor no está en los discursos, está en la costumbre de tocarse la mano incluso en sueños.

Y a veces, cuando me quedo callado en medio del ruido de la vida, juro escuchar ese carraspeo tierno de papá, como recordándome que todavía nos están cuidando.


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Invitado
04 oct
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Como árbol al lado de la ventana, hermoso

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Quién Está Detrás del Blog

RAUL O. LOPEZ

Nací en San Isidro, Córdoba, pero hace años ando instalado en Bahía Blanca.
No me defino como escritor de manual: soy más bien un coleccionista de historias. Algunas me pasaron, otras me contaron y unas cuantas me las inventé para que la vida sea más entretenida.

 

Un día me crucé con la vida olvidada de un granadero de San Martín y terminé escribiendo una novela histórica:

 

Bogado: El Héroe que No Nombran.

 

Eso me enseñó que las mejores historias no siempre están en los libros, a veces están escondidas en un cajón o en la sobremesa de un domingo.

Este blog es mi patio.

Vas a encontrar relatos, recuerdos, ficciones y esas anécdotas que se cuentan bajito, como para que no se escapen.
Algunas te harán sonreir, otras quizás te dejen pensando.

Pasá, sentate y ponete cómodo, dale...

Y si algo de lo que leas te toca, aunque sea un poquito, contámelo.

Porque escribir es lindo, pero compartirlo es mucho mejor.

Si te gustó, ya sabés que hacer...

Acá termina. Y no, no hay escena postcréditos como en Marvel.👋

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