Austin y el bolso de la loca linda
- Raul oscar López
- 1 sept
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 16 sept

Austin no era un perro.
Era un señor.
Un bichón frisé blanco, con ojos de juez municipal y modales de diplomático retirado.
Caminaba con paso firme, protestaba con gruñidos bajos y ocupaba el sillón como si fuera parte del inventario original de la casa.
Vivió con nosotros desde 2009 hasta 2022.
Y en esos años fue todo: mascota, hijo mimado, compañero inseparable de su hermano Leo, centinela de siestas, compañero de tormentas, supervisor de cocina y censor de visitas.
Pero si hay algo que lo definía más que su pelito o sus mañas, era cómo viajaba.
Austin no viajaba, se infiltraba.
Lo llevábamos a todos lados, incluso a donde no se permitían perros.
Y ahí entraba en escena el bolso de Graciela.
Un bolso grande, chillón, lleno de flores y locura, que ella misma bautizó como “la loca linda”.
—Dale, mi amor, es hora de hacer de polizón —le decía Gra, con la complicidad de Bonnie planeando un robo con Clyde.
Y Austin, sin chistar, se metía en la loca linda con una dignidad que dolía.
Se acurrucaba, no ladraba, no jadeaba.
Bajaba las revoluciones como un monje tibetano disfrazado de peluche.
Era impresionante.
Podías entrar al supermercado con él en el hombro.
Ir al dentista.
Pasar por el cine.
Nadie jamás sospechó que ese bolso no era un accesorio, sino una operación secreta.
A veces lo envolvíamos en una manta y lo llevábamos como si fuera un bebé dormido.
Y lo era.
Dormía con esa paz que tienen los que saben que los aman.
Que no van a ser dejados atrás.
Le bastaba subir al auto para quedarse dormido en cualquier posición.
Y cuando llegábamos al destino, Austin emergía del bolso como un artista saliendo del camarín.
Se sacudía, miraba con desprecio al entorno, y volvía a ser él: el señor de la casa, el gruñón adorable, el heredero sin apellido, el rey con cojín propio.
Se nos fue en 2022.
Y aunque ahora la casa tiene otros ritmos, (están Amy y Akira), a veces juramos escuchar el crujido del bolso.
El crujido exacto cuando él se acomodaba.
O sentimos que falta algo en el sillón, justo en el huequito que él había moldeado con su cuerpo.
Y el bolso de loca linda todavía está.
Vacía, sí.
Pero llena de él.
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