¡Yo soy policía!
- Raul oscar López
- 13 ago
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 19 ago

Hay frases que no se olvidan.
Algunas por amor, otras por vergüenza.
La mía fue: “Yo soy policía”.
La soltó mi viejo un viernes a la noche, en un supermercado chino de Bahía Blanca, como quien muestra un as de espadas para ganar el truco sin cartas.
Papá ya estaba retirado del ejército.
Corría el año 2010.
Había venido de visita, y como siempre, traía su valija con camisas planchadas, colonia amaderada y un hambre atrasada de vino tinto.
Esa noche salimos a comprar algo para la cena.
Yo ya estaba casado, tenía mi casa, pero seguía siendo su hijo en todos los sentidos: cargaba la canasta, pedía permiso, y caminaba medio paso atrás.
Cuando llegamos a la caja, la cajera señaló el vino y dijo con voz neutra:
—No le puedo vender alcohol. Pasaron las 21. Está la veda.
Papá ni se inmutó.
Enderezó la espalda, levantó el dedo índice —el mismo con el que me enseñó a atarme los cordones y a callarme cuando hablaba un mayor—, y con tono seco dijo:
—Yo soy policía.
Él, que había sido militar toda su vida, y nunca pisó una comisaría salvo para sacar algún certificado.
La chica se quedó callada dos segundos, lo miró como quien no quiere problemas y respondió:
—Pero…,bueno señor… entonces lleve nomás, dijo dudando que hacer.
Yo tragué la risa como si fuera una pastilla.
Pero no terminó ahí.
El tipo que venía detrás nuestro, un gordo simpático con short de River y un pack de cervezas en la mano, miró a papá como quien ve al Mesías.
Papá, que ya se había puesto el uniforme invisible, lo miró a él, miró a la cajera y ordenó:
—Y a él también déjelo llevar. Está conmigo.
—Sí, como no —dijo ella, que probablemente había visto cosas más raras que un militar retirado repartiendo permisos etílicos.
Salimos los tres como en escena de película: el del pack dándole palmadas mientras le decía “gracias jefe”, yo tratando de entender qué acababa de pasar, y papá con una bolsa en la mano y la autoridad intacta.
Esa noche brindamos en casa.
No por el vino, ni por el asado.
Brindamos porque papá, incluso retirado, todavía era capaz de ganarle una batalla a la burocracia con un dedo y una frase.
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