Todavía enseñan
- Raul oscar López
- hace 5 horas
- 2 Min. de lectura
Hay madres que no aceptan aniversarios.
No necesitan fechas para hacerse presentes.
Están.
Simplemente están.
En el perfume de un patio mojado.
En la sombra larga del mediodía.
En esa canción que aparece en la radio justo cuando no la estabas esperando.
En la sopa que ya no sabe igual, pero intenta.
Se quedan en los detalles pequeños, que a otros se les escapan:
el modo de doblar una toalla, la forma de mirar una herida,
el gesto automático de acomodarte el cuello del abrigo…
aunque ya no estén para hacerlo.
A veces uno las ve en la calle.
Una silueta, un peinado, una manera de caminar.
Y ahí están.
Por un segundo.
Hasta que uno parpadea.
Y desaparecen.
Pero no del todo.
Porque hay ausencias que aprendieron a quedarse.
No contestan, pero escuchan.
No cocinan, pero todavía huele.
No están, pero enseñan.
A poner la mesa. A no rendirse. A querer, aun cuando duele.
Y entonces, sin buscar consuelo, uno se encuentra murmurando “te amo” al viento.
No para que lo escuche.
Sino para recordarse a sí mismo que sigue viva
en cada cosa que aprendimos de ella
y no se nos olvida.
.....
Hay padres que no abrazan con los brazos.
Abrazan con la presencia.
Con estar ahí, firmes.
Con una palmada seca en la espalda, que dice más que mil discursos.
Con una mirada que aprueba, que corrige, que cuida.
Con el carraspeo justo antes de hablar… o de no decir nada.
Mi viejo era uno de esos.
Militar retirado.
De los que se paraban derechos sin darse cuenta.
De los que jamás dijeron “te quiero” en voz alta, pero lo escribieron en cada gesto:
en un mate compartido, en un arreglo improvisado, en el silencio que no incomodaba.
Nunca necesitó explicarme que me amaba.
Lo supe siempre.
En la forma en que me dejaba la herramienta a mano.
En cómo me miraba cuando no sabía si aplaudirme o retarme.
En la forma en que se quedaba despierto cuando volvía tarde, sin preguntar nada.
En cómo me cuidó incluso después de irse.
Porque hay padres que no mueren.
Se quedan en la forma de colgar una campera.
En la manera de contestar una pregunta con una ceja levantada.
En el modo en que uno se sienta en una silla sin saber por qué.
O en ese impulso de apretar los dientes y seguir, aunque duela.
Todavía los escucho a los dos.
Ella me dice que me abrigue.
Él me pregunta si tengo plata.
Y yo sigo, con ellos adentro.
Firmes.
Callados.
Presentes.
Me llegó al alma, hermosa reflexión