Ñaró, el caballo de guerra de Bogado, narra el lento final de su amigo en San Nicolás. Agonizando y escribiendo en su cuaderno para evitar el olvido, el militar se aferra a la lealtad de su ayudante Olmos y su caballo. Tras la muerte de José, Ñaró, con su propósito terminado, se deja morir junto al río, siendo enterrados juntos: hermanos de sangre y de historia.

En este capítulo, Bogado recibe una misión arriesgada bajo las órdenes de Belgrano: disfrazado de pescador debe internarse en las aguas del Paraná para espiar los movimientos realistas. Entre la tensión de la misión y la fe que lo sostiene, Bogado comienza a forjar su destino como parte de una gesta mayor, donde la lealtad y el coraje marcan cada paso.

Cuando empecé a escribir el capítulo inicial de Bogado, no busqué describir la batalla, sino el instante anterior. Ese segundo suspendido en el que un hombre ve al enemigo de frente y no sabe si volverá a respirar. Quise que el lector sienta el peso del sable, el temblor disimulado, el corazón golpeando como un tambor roto. No es historia escrita en tinta: es sudor, miedo y coraje en la piel. Es la vida entera, concentrada en un suspiro, justo antes del primer disparo.