CRÓNICA DEL GOL UN CAMPEÓN DE LOS ESTEROS
- Raul oscar López
- 22 ago
- 2 Min. de lectura

El asunto empezó cuando dijimos "vamos a los Esteros del Iberá" con una convicción que no era tal.
Porque una cosa es decirlo y otra es meterse de noche, lloviendo, por cien kilómetros de tierra correntina.
El camino fue de tierra y de locos: cien kilómetros de barro, lluvia, pozos, vacas meditando en medio de la nada, caballos que miraban como diciendo "¿estás seguro que querés seguir por acá?".
Y el Gol negro, ese guerrero de ciudad, metido a un rally, sin saber cómo, aguantó todo como un campeón.
Le falta que lo bendiga el Papa.
Llegamos a Concepción del Yaguareté Corá. Corrientes. Pueblo. Tierra. Silencio.
Gente que saluda aunque no te conoce.
Se llama Concepción, pero podría llamarse "pausa" o "respiro", porque apenas entrás parece que el tiempo agarra la guitarra, se sienta en una reposera y dice: "Bueno, ahora no jodo más".
Es decir, civilización avanzada.
Alquilamos la cabaña con Rosita, que es como la Reina Isabel de los Esteros pero con WhatsApp.
Nunca la vimos en persona, pero nos mandaba audios como para que te den ganas de invitarla al asado.
"Señor Raúl", me decía, con una tonadita correntina tan simpática que uno se sentía como en misa. "Amén", le faltaba decir.
Nos atendió Gladys. Dolo, que es rápida con las comparaciones, dice que caminaba como un personaje del Sims.
Yo no sé bien qué es eso, pero la imagen me convenció.
Gladys fue muy amable, nos mostró la cabaña. Limpia, ordenada, prolijita.
Eso sí, me tocó un colchón que te tragaba como arena movediza. Uno se acostaba y amanecía en la India. O en el somier de abajo.
Pero bueno, todo venía bien.
Hasta que hubo que dejar a Akira.
Y nunca, nunca, se había quedado sola. Siempre con Amy, o con nosotros.
Y ahora, sola en la cabaña, con Gladys dando vueltas afuera caminando como Sims. Imaginate el drama.
Se nos partió el corazón.
Me fui pensando que cuando volviéramos íbamos a encontrarla jugando al solitario o escribiendo un diario íntimo.
Pero había que cumplir el sueño de Graciela.
Ella quería ver los esteros.
Y si la patrona quiere ver los esteros, uno se mete hasta en una canoa con agujeros.
Seguimos al guía, Rodolfo, que era una mezcla entre gaucho, biólogo y animador turístico.
Un fenómeno.
Nos hizo subir a su camioneta porque dijo que el camino estaba feo.
Yo miré al Gol y le dije: "ya diste todo, hermano, quedate".
También vinieron Darío y Ana, porteños de buena madera. Ya mayores, pero no de esos que se quejan porque hay mosquitos: de los que se ríen aunque haya murciélagos con dengue.
Y allá fuimos.
En la lancha, con chaleco salvavidas y cara de "ojalá no nos coma un yacaré".
El paseo fue hermoso. Garzas, carpinchos, ciervos, yacarés con una mirada entre resignada y burocrática, como diciendo "ya vienen otra vez los turistas estos".
Y Graciela feliz.
Que eso es lo que importa.
Sacamos fotos, filmamos, nos llenamos los ojos.
Y en algún rincón del corazón, cada uno se llevó un pedacito del Litoral bravío.
Y Akira… cuando volvimos estaba entera.
Ofendida, pero entera.
Con la dignidad herida y una mirada de "la próxima me llevan o firmo con otra familia".
Comentarios