En este capítulo, Bogado recibe una misión arriesgada bajo las órdenes de Belgrano: disfrazado de pescador debe internarse en las aguas del Paraná para espiar los movimientos realistas. Entre la tensión de la misión y la fe que lo sostiene, Bogado comienza a forjar su destino como parte de una gesta mayor, donde la lealtad y el coraje marcan cada paso.

En el fragor de una carga de Granaderos a Caballo, la gloria no brilla: sangra, grita y se pudre en el barro. Olmos, un granadero raso, y Bogado, su jefe y hermano de armas, narran la batalla desde adentro: el olor a pólvora y miedo, el choque brutal de carne y acero, y la certeza de que cada victoria deja muertos propios. Entre relinchos, sables y lanzas, la guerra se muestra como es: brutal, sucia y despiadada… y donde la única promesa posible es no olvidar a los caídos.