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La pizza asesina

  • Foto del escritor: Raul oscar López
    Raul oscar López
  • 23 sept
  • 3 Min. de lectura
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A veces las anécdotas familiares se cuentan con una sonrisa, y otras, con un silencio que dura un segundo de más.

Esta, en nuestra familia, tiene de los dos.


Era el verano de 2010 o 2011, en Monte Hermoso. Esa playa que, cuando el sol empieza a caer, parece inventada para que uno se convenza de que todavía hay cosas simples y hermosas en la vida.

Habíamos decidido salir a comer todos juntos, los siete.

Y alguien propuso Pizza Jet. El nombre prometía algo rápido, sencillo, sin más complicaciones que elegir entre fugazzeta o napolitana. Lo que no sabíamos era que, esa noche, íbamos a probar bastante más que la pizza.


El lugar estaba abarrotado. Las mesas pegadas unas a otras, los mozos esquivando como laterales en un clásico, el bullicio de veraneantes felices. Logramos sentarnos y pedimos.

Y, cuando la pizza llegó, César se levantó para ir al baño. “Arranquen, ya vuelvo”, dijo, como si nada.


Yo me serví.

Siempre como la pizza al plato, con cuchillo y tenedor, porque soy de los que creen que la prolijidad también se disfruta.

Pero esa noche me ganó la ansiedad. .

Corté un pedazo raro, torcido, y lo llevé a la boca.

El sabor era bueno.

La textura, también.

El problema fue que mi garganta decidió rebelarse.

El pedazo se quedó ahí, atrincherado, sin ir ni para adelante ni para atrás.


Al principio pensé que podía toser, sacarlo con un esfuerzo.

Pero nada.

La tos no salía.

El aire tampoco.

Solo el rojo subiéndome por la cara, el calor en las orejas, las manos alzándose en un gesto que no era festejo, sino auxilio.


Graciela, desesperada, me golpeaba la espalda.

Yo, inútil, seguía sin poder respirar.

Y entonces ocurrió algo que todavía recuerdo como si el tiempo se hubiera detenido.


César volvió del baño.

Lo primero que vio fue mi cara, la desesperación en los ojos de los demás, la confusión de los comensales de las mesas vecinas.

No dudó.

Se abrió paso tirando sillas, vasos, lo que fuera.

Llegó hasta mí y me abrazó de atrás, con fuerza.

Y ahí, como si toda la vida se hubiera entrenado para eso, me aplicó la maniobra de Heimlich.

Una presión seca, fuerte, en el estómago.

Y el pedazo rebelde salió disparado.


Mientras todo eso pasaba, Leonel —mi hijo, de apenas 10 u 11 años— salió corriendo hacia afuera, desesperado.

Un mozo lo siguió, lo consoló y lo cuidó hasta que todo terminó.


Entonces respiré.

Y en esa primera bocanada de aire sentí el alivio más grande que puede sentir un ser humano: el de volver a estar vivo.


No recuerdo qué pasó después en detalle.

Sí sé que nos levantamos y nos fuimos.

Nadie dijo mucho.

El murmullo del lugar volvió a cubrir la escena como si nada hubiera pasado.

Pero para nosotros, algo había cambiado.


Hasta hoy, ninguno de nosotros volvió a Pizza Jet.

No por la pizza, que era realmente buena.

Sino porque, cada vez que alguien sugiere ir, nos invade el recuerdo de aquella noche.

Y, en ese recuerdo, se mezclan la angustia y la gratitud.

La sensación de haber estado, por un instante, demasiado cerca de un final injusto.

Y la certeza de que un hermano puede salvarte la vida de la manera más literal posible.


Porque hay cosas que uno cuenta con risas.

Y hay otras que, aunque terminen bien, se cuentan con un nudo en la garganta.

Como esa noche en Monte Hermoso, en la que César me devolvió el aire y, sin saberlo, nos regaló a todos unos años más de sobremesas compartidas.


Y Leonel aprendió, de golpe, lo frágil que puede ser todo.

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Quién Está Detrás del Blog

RAUL O. LOPEZ

Nací en San Isidro, Córdoba, pero hace años ando instalado en Bahía Blanca.
No me defino como escritor de manual: soy más bien un coleccionista de historias. Algunas me pasaron, otras me contaron y unas cuantas me las inventé para que la vida sea más entretenida.

 

Un día me crucé con la vida olvidada de un granadero de San Martín y terminé escribiendo una novela histórica:

 

Bogado: El Héroe que No Nombran.

 

Eso me enseñó que las mejores historias no siempre están en los libros, a veces están escondidas en un cajón o en la sobremesa de un domingo.

Este blog es mi patio.

Vas a encontrar relatos, recuerdos, ficciones y esas anécdotas que se cuentan bajito, como para que no se escapen.
Algunas te harán sonreir, otras quizás te dejen pensando.

Pasá, sentate y ponete cómodo, dale...

Y si algo de lo que leas te toca, aunque sea un poquito, contámelo.

Porque escribir es lindo, pero compartirlo es mucho mejor.

Si te gustó, ya sabés que hacer...

Acá termina. Y no, no hay escena postcréditos como en Marvel.👋

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