Elijo tenernos
- Raul oscar López
- 6 oct
- 2 Min. de lectura

En toda familia hay abrazos que dicen poco y silencios que hablan demasiado.
Hay deudas que nunca terminan de saldarse y favores que, con el tiempo, se convierten en lastres.
Y también hay heridas que, si uno no se apura a cerrarlas, se infectan de orgullo.
Lo curioso es que nadie discute por lo esencial.
Nadie pelea porque falte el cariño.
El cariño está, firme, como un río que sigue corriendo aunque arriba haya tormenta.
Lo que duele son las palabras que se dijeron mal, los gestos que se interpretaron peor, los recuerdos que se acomodan de distinta manera en la memoria de cada uno.
A veces, en esas peleas, lo que más se nota es la ausencia.
Esa silla vacía en una mesa.
Ese teléfono que ya no suena en el grupo.
Esa foto que alguien sube y que debería provocar una sonrisa, pero trae una mueca amarga.
Lo cierto es que, cuando pase el tiempo —porque siempre pasa, aunque parezca que no—, uno se va a reprochar menos lo que le dijeron y más lo que dejó de compartir.
La risa que no escuchó.
El abrazo que no dio.
El asado que se perdió.
La vida es corta y traicionera.
Y la familia, con todo lo difícil que es, sigue siendo el único lugar donde te conocen de punta a punta: tus glorias y tus miserias, tus caídas y tus levantadas.
Nadie más que ellos puede decirte "te acordás" y que vos sepas de qué hablan.
Por eso, aunque duela, aunque cueste, aunque parezca que no hace falta, siempre conviene dar el primer paso. No porque uno tenga razón o no la tenga, sino porque vale más la mesa llena, que el orgullo satisfecho.
Porque no se trata de quién dio más, ni de quién debía agradecer.
Se trata de que, sin darnos cuenta, el tiempo se nos va.
Y cuando se nos vaya, lo único que va a importar es si estuvimos juntos o separados.
Y la verdad, entre tener razón o tenernos...
YO ELIJO TENERNOS..
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