El ñoqui oftálmologico
- Raul oscar López
- 23 ago
- 2 Min. de lectura

Lucy era de esas personas que parecen tener el corazón enchufado a 220.
No se quedaba quieta ni para dormir.
Hablaba, cantaba, tarareaba, cocinaba, limpiaba, volvía a hablar, y de pronto ya estaba en la vereda buscando algo que no sabía que necesitaba.
Tenía esa energía de las abuelas que no tienen tiempo para ser viejas.
Vivía para Leo, su único nieto.
Lo miraba como si hubieran inventado al niño perfecto.
Y cocinaba como si cada comida pudiera arreglar el mundo: asado, pastas, guisos con perfume a infancia.
En su casa siempre olía a algo rico.
Si no era estofado, era pan.
Si no eran empanadas, era un flan.
Aquel día estaba haciendo ñoquis.
Ñoquis de verdad, con papas hervidas, harina en la mesa y el tenedor marcando el surco con paciencia de abuela.
La harina por acá, el queso rallado por allá, los ñoquis alineados como un batallón.
Estábamos los cuatro: Gra, Leo, ella y yo.
Y en medio de ese mediodía de salsa y harina en suspensión, pasó el prodigio.
Lucy usaba sus lentes colgando con una tirita, como las secretarias de las películas viejas, esas que anotaban sin mirar y no perdían detalle.
Se los ponía y se los sacaba según el momento, y en una de esas maniobras, mientras amasaba, un ñoqui recién nacido se rebeló.
Saltó del montón, se pegó al cristal y, sin que nadie lo notara, quedó del lado de adentro.
Entre el ojo y el vidrio.
Ella se los puso, como siempre.
Y de golpe se quedó quieta.
—Nena —le dijo a Graciela—, no estoy viendo de un ojo.
La escena se congeló.
—¿Cómo que no ves? —preguntó Gra, acercándose.
Y entonces lo vio.
—¡Mamá, tenés un ñoqui pegado al lente! ¡Del lado de adentro!
Lucy se los sacó con cuidado quirúrgico.
Y ahí estaba: blandito, tibio, apenas abollado por la presión del párpado.
Lo sopló con naturalidad, como quien recupera una empanada que cayó en la mesa, y se lo comió.
—Están perfectos —dijo—.
Vayan poniendo la mesa.
Y estaban.
Porque cuando Lucy cocinaba, hasta los accidentes eran sabrosos.
Y seguimos el día.
Porque con Lucy, todo seguía.
Incluso cuando un ñoqui se metía entre el alma y la vista, como para decir:
“esto es vivir”
Comentarios