El gol que nadie gritó
- Raul oscar López
- 17 sept
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En Villa Mitre había una canchita chueca. Tan chueca que el arco norte estaba más bajo que el sur, y cuando llovía se inundaba solo del lado izquierdo. Ahí jugábamos todos. Los gordos, los flacos, los que sabían y los que se creían Kempes.
Una tarde apareció un viejo con una pelota de cuero marrón. Nadie lo conocía. Ni siquiera sabíamos de qué barrio era. Se paró en la mitad de cancha y dijo:
—Yo juego de nueve.
Nadie discutió. Se ganó el puesto como se ganaban las cosas antes: con voz firme y cara de haber visto demasiados partidos.
Arrancó el partido y al rato nomás le tiramos un centro. El viejo saltó como si tuviera veinte años menos y metió un cabezazo que rompió la red. Golazo. Pero nadie gritó. Nos quedamos todos mudos. Porque en ese salto vimos algo raro: el viejo quedó suspendido más tiempo del que es humanamente posible.
El árbitro improvisado —un vecino que siempre hacía de juez porque no corría ni para el colectivo— se agarró la cabeza y dijo bajito:
—Ese gesto yo lo vi antes.
Y entonces nos cayó la ficha. En el club, en los diarios viejos, en los cuadros amarillentos… ese mismo cabezazo estaba en una foto de los años 50. El viejo era idéntico a un delantero que había muerto en un accidente de ruta, de regreso de un partido.
Cuando lo buscamos, ya no estaba. Ni la pelota. Solo quedó el arco roto y un silencio raro, como si el barrio entero hubiera visto un milagro.
Desde entonces, cada tanto alguien dice que, si jugás de noche en esa canchita chueca, podés escuchar un grito apagado: el gol que nadie gritó.
Muy bueno...el goleador fantasma!