Mi viejo y su cuaderno Gloria
- Raul oscar López
- 9 ago
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 12 sept

Nuestra suerte siempre estuvo escrita.
En el cuaderno Gloria de mi viejo, donde anotaba los goles de River como si fueran nacimientos.
No ponía “Ganamos 5 a 2”, no.
Ponía: “14 de marzo del 96, Francescoli a los 78. Golazo. Su número 100. Lloré un poco. Fabián estaba despierto.”
Ese soy yo.
Fabián.
Tenía diez años y no me acuerdo del gol, pero me acuerdo de que mi viejo lo gritó como si le hubieran devuelto a su hermano muerto.
Se le cayó el vaso de vino. Me abrazó fuerte. Y después, cuando pensó que no miraba, besó la tele.
Mi papá era así.
Bruto para la vida, fino para el fútbol.
Laburaba en el puerto, dormía poco, puteaba mucho.
Pero los domingos a las cinco se volvía de terciopelo.
Si River jugaba mal, se ponía triste, pero de un modo lindo, como esos tipos que te piden perdón cuando pierden una partida de truco.
Lo enterramos en 2013.
A River lo mandaron a la B en 2011.
No le alcanzó el corazón para volver a vernos arriba.
Para la era del Muñeco.
Pero yo sí.
Y no sabes lo que fue.
Sudamericana 2014.
Contra Boca. Semifinal. 16 minutos. Vanggioni por la izquierda, buscapie al medio y Pisculichi la clava. Yo solo, en el living.
No grité.
Lloré.
Me tapé la cara con las manos. Y juraría, por la memoria del viejo, que sentí una palmada en la nuca.
Como cuando me decía “¡Bien, nene! Eso es un pase con intención.”
Ahí empecé a sospechar.
Y no fue la única vez.
Libertadores 2015.
Gana River. Otra vez en lo más alto. Me despierto con olor a vino tinto en el aire.
No había nada abierto. No había nada en la mesa. Pero ahí estaba el olor.
Mi novia se rió.
—Seguro soñaste con tu viejo otra vez.
Y sí. Lo soñaba.
Lo sigo soñando.
Pero a veces no sé si es sueño.
El 9 de diciembre de 2018, en Madrid, vi el partido solo.
Otra vez.
No quería que nadie me arruinara el momento con supersticiones, miedos o boludeces.
Gol de Quintero.
Y justo cuando se viene el tercero, ese de Pity que es un orgasmo eterno, se corta la luz en casa.
Corte.
Silencio.
Oscuridad total.
Y antes de putear, escucho la voz.
Bajita.
De hombre.
De cancha.
—Ya está, nene. Es nuestro.
La luz vuelve.
…y Pity la está empujando adentro.
No festejo.
Me largo a llorar.
No me importa que me crean. No me importa si fue el alma de mi viejo, un truco de mi cabeza o el fantasma de Labruna con camiseta de River.
Nuestra suerte siempre estuvo escrita.
En ese cuaderno Gloria, donde ahora escribo yo.
Y a veces, cuando
River mete un gol… juro que escucho su voz, bajito, desde el fondo de la casa:
“¡Bien, nene!”
(A mi viejo, que se fue en 2022, pero sigue festejando desde la platea de los de arriba.)
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