DESDE QUE NO ESTAN
- Raul oscar López
- 8 ago
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Desde que no están, entendí algunas cosas.
No muchas.
Tampoco las entiendo del todo.
Pero algo cambió. No afuera: adentro.
Como cuando ves una foto vieja y sentís un golpe en el pecho, pero no sabés si es nostalgia o una especie de vértigo.
A veces me pasa que hago algo bien, algo simple —no sé, lavo los platos, cobro un trabajo, me sale una frase piola—y pienso: “esto se lo hubiera contado”.
Pero ya no están.
Y sin embargo, están.
Como una notificación que no se borra.
Como una canción que vuelve siempre, aunque cambies de playlist.
Dicen que hay que soltar.
Pero no sé si soltar es la palabra.
Capaz hay que aprender a cargar.
Como se carga una piedra en el bolsillo.
Como se carga una ausencia en el cuerpo.
A veces escucho ruidos en la casa.
Nada raro.
Sólo la memoria haciendo su trabajo.
Y lo loco es que me siguen enseñando.
Desde algún lugar que no sé si es el más allá, o es simplemente ese rincón de la cabeza donde uno guarda lo que no se anima a perder del todo.
Me enseñan en cosas boludas: cómo mirar a alguien que está triste, cómo no pelearme al pedo, cómo poner la pava justo cuando empieza a llover.
No es que se fueron.
Se quedaron en el modo avión de la existencia.
Están.
Pero sin hacer ruido.
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